martes, 13 de septiembre de 2011

El Pueblo de la Muerte Reversible

 

 

 

Debajo del parral, comiendo semillas de girasol y cazando los rayos de sol en las siestas de invierno; nunca me arriesgaría a decir que sus historias eran producto de su espontanea creatividad, ya que mi abuelo, lo recuerdo hasta el día de hoy, hablaba con el énfasis de alguien que cuenta una anécdota propia. 

Nunca supo precisarme el lugar, me decía que al principio tenia grandes sembradíos de girasoles y algodón y un viento caluroso que azotaba por el norte. En épocas de lluvia, llovía semanas y de épocas de sequia, mejor ni hablar. 

En una noche de esas épocas de lluvia, María de los Ángeles se descalzo, fue hasta la cocina en busca del cuchillo que usaba para trozar las gallinas y con ese practico utensilio, sin dubitar y de un filo, le corto el cuello a su marido. 

A la mañana siguiente, despertó junto con el sol y fue hasta al baño a enjuagarse el rostro. Se alegro por no tener mas las ojeras de días anteriores, pero para estar segura se lavo de nuevo..."-Creo que te debo una disculpas mujer", le dijo una voz. Levanto su mirada y en el reflejo en el espejo, lo reconoció todavía un poco en sueños y susurro: "-Yo también estuve mal." 

En el pueblo de la muerte reversible, no siempre, pero casi, la muerte era la puerta al dialogo. Solución de problemas caseros y de bares. Algunas personas, un tanto impulsivas, recurrían a ella como opción cuando el debate ya no tenia medios para la conciliación. Para la victima, la muerte era lo que para el asesino era el sueño: el tiempo de meditación. Para cuando el asesino despertaba de su sueño, el muerto despertaba de su muerte, con sus mentes y sus almas sumisas y frescas; abiertas al dialogo pacifico en pos de una reconciliación. 

Rogelia, la costurera del pueblo, había asfixiado a su vecina con una carpeta a crochet. Míralas ahora tomando mates lavados como si nada! "-Ya sabes para la próxima vez que no me pagues los remiendos de tus vestidos" y largaban carcajadas...

Estanislao, el panadero, cansado de los sobrenombres que le adjudicaba su hermano, enveneno el bizcochuelo que le preparo para su cumpleaños. Ahora, siempre que juegan al chancho, su hermano lo deja ganar. 

Victoria Campos, la violinista del pueblo, cuando se entero que la amante de su prometido era Celestina Robledo, fue tras esta ultima y con el mismísimo arco del violín la traspaso dándole tiempo únicamente para que la victima susurre un rebelde "cornuda". Lo que motivo a Victoria para que también le corte su cabello rubio ceniza. Ahí estaba Celestina, pelada y todo, aconsejando a mujeres a ir por el buen camino, sin desviarse del mismo con el marido de otra. 

La frase "Te voy a matar" nunca fue tan literal como en este pueblo. Los suicidas, eran un caso a parte, por que como en su caso no había victimario, cada vez que alguien se mataba a si mismo (cosa que sucedía con muy poca frecuencia) no se lo veía por semanas, pero después aparecía profetizando desde otros crímenes, hasta lluvias y porvenires. Caso ejemplar el de Juan Ignacio Extremundo quien volvió  a la vida pregonando el fin de la vida eterna y la muerte caduca, premonición a la cual los habitantes permanecieron inocentemente indiferentes sin comprender la veracidad de tal videncia.

En pos de la construcción de la nueva línea ferroviaria que cruzaría el pueblo, traído del norte como el viento caluroso, llego una tarde el foráneo agrimensor. Extraño por su vestimenta pasada de tiempo, extraño por el teodolito que acarreaba y mas extraño aun por toda la mortalidad que traía en el alma. El desubicado no era otro que Eduardo Herrera.

Eduardo Herrera se hospedo en la pensión de Doña Tita, que de todas las viejas chismosas del pueblo sin dudas era ella la mas popular. No solo contaba los chismes, los apuntaba en una agenda que llevaba a todos lados y luego, cuando llegaba a su pensión, los pasaba en una especie de bibliorato, ordenándolos por fecha, por tipo de chisme y por orden alfabético.No bastaron de muchos días para que los setecientos habitantes se enterasen de las particularidades mas recónditas de Eduardo, todas menos su mortalidad, lo que tarde o temprano le costaría al pueblo su propia continuidad.

Como era de costumbre, todos los días primero de cada mes, Doña Tita iba a lo de Hortensio a comprarle sus hojas de acelga para hacer los fideos verdes que la habían hecho tan querida. No va que a Doña Tita se le escapa casi sin querer queriendo, entre tantos chismes juntos, que Eduardo iría a la chacra de Hortensio a realizar los primeros lineamientos ya que la próxima línea ferroviaria cruzaría por en medio de la propiedad. 

El jueves por la tarde en el que Eduardo llamo a la puerta de Hortensio, este dio luz a los ensayos previos que había elaborado para llevar acabo su crimen. Lo invito a pasar y tomar una medida de caña con ruda que había preparado para parecer amable y luego lo acompaño al fondo de la casa donde Eduardo debía realizar los cálculos pertinentes. Cuando vio que la victima estaba inalterablemente concentrada en su labor, tomo el rastrillo con el que trabajaba la huerta y le traspaso el pecho sin medir las consecuencias de ese particular asesinato. 

A la mañana siguiente, a diferencia de lo previsto, despertó perturbado, mucho mas de lo que había estado cuando se entero de boca de Tita que podría perder sus tierras. Algo le decía que había cometido el peor error de su mísera vida. Fue entonces hasta el fondo de la casa y ahí, para su sorpresa, encontró a Eduardo Herrera sobre el teodolito, desangrando sus ultimas gotas. 

Las leyes misteriosas que regían a este pueblo inmortal habían trazado un limite a la eternidad, prescribiendo su fin en cuanto uno de sus habitantes matase a una persona que no corría con la misma ventaja de poder volver al mundo viviente. La virtud del pueblo se había esfumado junto con el visitante. 

El mismo viento norte caluroso que azotaba el pueblo, inexplicablemente se volvió terriblemente frio, anunciando la llegada de la muerte, la muerte verdadera, de esa que no se vuelve jamás. La muerte fue terminando uno por uno con los habitantes del pueblo. Hubo quienes confiados en que su ser querido despertaría mañana, pasado, el mes que viene; vivieron esperando como quien espera que el pasado se haga presente de vuelta muriendo finalmente de tristeza y nostalgia. Al no tolerar no poder matar a otra persona para arreglar las disputas, los suicidios se incrementaron. En menos de un lustro, del pueblo de la muerte reversible, solo quedaban los recuerdos abandonados en las casas vacías. Sin los ruidos y olores cotidianos, sin chismes que levantar, sin enredos de sabanas, sin picardías tradicionales, sin mañana... lo único eterno era ahora el polvo que se acumulaba en los desgastados muebles antiguos. 

Contaba mi abuelo, que junto con la historia, años mas tarde nació la leyenda de que María de los Ángeles, embarazada de tres meses, logro exiliarse antes de que la muerte la encuentre y dio a luz al único sobreviviente que tubo el pueblo fuera de su territorio. Del mismo, nunca supo la muerte y por lo tanto estaba bendito en eternidad y quien sabe que fue de su destino.

Para cuando terminaba yo estaba con mi cara inmutable mirando como una hormiga llevaba piedritas a su nicho y escuchaba que decía: "-Claro, que puede no ser real, a menos que creas en la posibilidad de lo imposible." 

Cada vez que visito la casa, que desde hace ya tiempo dejo Don González, debajo del parral, comiendo semillas de girasol y cazando los rayos de sol en las siestas de invierno; un viento norte caluroso me acerca su olor a vino blanco y tabaco. Yo sonrío, me siento en su mecedora y comienzo a contarles su historia.